Reflexión

(Comentario al Evangelio de San Marcos 7, 31-37)

A Jesús “le presentaron un sordo que apenas podía hablar”. Brevemente, el evangelista Marcos nos describe unas dificultades peculiares de las personas con disminución auditiva, de nacimiento o de la infancia. La sordera es un grave obstáculo para la comunicación. Esta limitación, que no se ve ni se oye, y que con tanta frecuencia no llama la atención para ser atendida en sus limitaciones, nos pide a nosotros, como Iglesia, estemos cercanos y nos preocupemos de sus necesidades específicas.

De todo esto nos da una buena lección el mismo Jesús cuando “le pidieron que le impusiese las manos. Jesús apartándolo de la gente…” Conociendo la situación que vive un sordo, lo coge aparte para dedicarle toda su atención, y realizó el milagro.

Las personas sordas necesitan una dedicación específica y personalizada. Cuando asisten a una celebración litúrgica, a menudo lo pueden hacer como espectadores de lo que hacen los oyentes, con graves dificultades para entender su contenido. El Evangelio reclama una realidad pastoral con el objetivo de ofrecer a las personas sordas y sordociegas, todo lo que de ordinario encontramos en nuestras parroquias, – para las diversas etapas de la vida- teniendo presente su psicología, su método de comunicación visual o táctil -que se puede apoyar con la Lengua de Signos- siempre adaptados a sus dificultades de comprensión.

Aunque Dios no habla al oído sinó al corazón de las personas, todos, sordos y oyentes, corremos el riesgo de no escucharlo cuando nos pide que nos acerquemos a todos en sus circunstancias.

Todos podemos colaborar con nuestra plegaria, pidiendo a Dios que por todas partes haya sacerdotes y laicos, dispuestos y preparados para atender la evangelización de este mundo del silencio.

¡Santa María del Silencio, patrona de los sordos, ruega por nosotros!

Mn. Xavier Pagès Castañer

Consiliario de la atención pastoral a las personas sordas de la Diócesis de Barcelona